Desde los créditos de
inicio, Irrational Man no deja indiferente. El silencio acompaña a la
característica tipografía del director, recordando que en otras ocasiones este
hecho era preludio de una profunda tragedia. Y así es, la angustia que invade
al espectador por la ausencia de música aparece retratada en un profesor de
filosofía que llega a una pequeña universidad de Newport (Rhode Island) en lo
que parece ser la búsqueda de un nuevo comienzo en su vida.
La ausencia de profundidad
en las clases impartidas muestran a un profesor de brillante trayectoria e
ideas revolucionarias sumido en un vacío existencial difícil de superar. El
sentido de la vida ha desaparecido por completo y nada de lo que hace le
reconforta. Se encuentra atormentado por las ataduras de aquello que repite día
tras día de forma mecánica.
No obstante, esa oscura y abatida
personalidad, junto a la fama de mujeriego que le acompaña y, también, a pesar
de la misma, despierta el interés de otra profesora del campus y de una de sus
nuevas alumnas. La relación con ellas, frustrada en forma de impotencia sexual
en el primer caso y de represión psicológica en el segundo, muestra de manera
clara la necesidad de un punto de inflexión en su vida que le lleve a sentirse
libre. Esta película indaga en el camino que nos lleva de la angustia vital a
la libertad como individuos en un mundo gobernado absolutamente por el azar.
De ahí que el contrapunto de
las fugas de Bach y la energía del jazz funk de Ramsey Lewis nos trasladen de
una situación a otra como las dos caras de una misma moneda vital.
Abe, el profesor, encuentra
su camino hacia la libertad acompañado por canciones del "underground
railroad" como Wade in the water
y que, simbólicamente, Newport contextualiza a la perfección gracias a su
emplazamiento costero, en el que casi un tercio del espacio ocupado es agua.
Así, Allen hace referencia al Éxodo del pueblo Hebreo a través del mar y de ahí
que su protagonista aparezca en repetidas ocasiones frente al océano ansioso de
esa liberación.
En un escenario recurrente
en el cine del director judío, un parque de atracciones, Abe consigue un regalo
para Jill, su alumna, en una de las barracas. Woody Allen suele utilizar estos
escenarios para crear la ilusión de una realidad que no existe o que es efímera
y, en este caso, para jugar con Abe y, a su vez, con el propio espectador. Tras
ganar ese premio, el profesor alecciona a la joven estudiante señalando la
diferencia entre la suerte y el azar. El universo está regido por el azar y en
función de cómo nos afecta a nosotros nos referimos a él con el concepto de
suerte. No obstante, Abe no parece ser experto en trasladar los conceptos
teóricos a su práctica cotidiana y pronto olvida esa clase magistral cuando se
siente acompañado por una especie de suerte universal que le permite hacer todo
aquello que se le antoje oportuno independientemente de las consecuencias
legales y morales que pudiera conllevar.
El objeto elegido por Jill
en la barraca, una linterna. Algo eminentemente práctico señala Abe y que no
sospechamos hasta qué punto arrojará luz en la lección más importante de la
vida de la estudiante.