lunes, 28 de septiembre de 2015

Irrational Man. De la oscuridad de la razón a la luz del azar.



Desde los créditos de inicio, Irrational Man no deja indiferente. El silencio acompaña a la característica tipografía del director, recordando que en otras ocasiones este hecho era preludio de una profunda tragedia. Y así es, la angustia que invade al espectador por la ausencia de música aparece retratada en un profesor de filosofía que llega a una pequeña universidad de Newport (Rhode Island) en lo que parece ser la búsqueda de un nuevo comienzo en su vida.
La ausencia de profundidad en las clases impartidas muestran a un profesor de brillante trayectoria e ideas revolucionarias sumido en un vacío existencial difícil de superar. El sentido de la vida ha desaparecido por completo y nada de lo que hace le reconforta. Se encuentra atormentado por las ataduras de aquello que repite día tras día de forma mecánica.
No obstante, esa oscura y abatida personalidad, junto a la fama de mujeriego que le acompaña y, también, a pesar de la misma, despierta el interés de otra profesora del campus y de una de sus nuevas alumnas. La relación con ellas, frustrada en forma de impotencia sexual en el primer caso y de represión psicológica en el segundo, muestra de manera clara la necesidad de un punto de inflexión en su vida que le lleve a sentirse libre. Esta película indaga en el camino que nos lleva de la angustia vital a la libertad como individuos en un mundo gobernado absolutamente por el azar.
De ahí que el contrapunto de las fugas de Bach y la energía del jazz funk de Ramsey Lewis nos trasladen de una situación a otra como las dos caras de una misma moneda vital.
Abe, el profesor, encuentra su camino hacia la libertad acompañado por canciones del "underground railroad" como Wade in the water y que, simbólicamente, Newport contextualiza a la perfección gracias a su emplazamiento costero, en el que casi un tercio del espacio ocupado es agua. Así, Allen hace referencia al Éxodo del pueblo Hebreo a través del mar y de ahí que su protagonista aparezca en repetidas ocasiones frente al océano ansioso de esa liberación.

En un escenario recurrente en el cine del director judío, un parque de atracciones, Abe consigue un regalo para Jill, su alumna, en una de las barracas. Woody Allen suele utilizar estos escenarios para crear la ilusión de una realidad que no existe o que es efímera y, en este caso, para jugar con Abe y, a su vez, con el propio espectador. Tras ganar ese premio, el profesor alecciona a la joven estudiante señalando la diferencia entre la suerte y el azar. El universo está regido por el azar y en función de cómo nos afecta a nosotros nos referimos a él con el concepto de suerte. No obstante, Abe no parece ser experto en trasladar los conceptos teóricos a su práctica cotidiana y pronto olvida esa clase magistral cuando se siente acompañado por una especie de suerte universal que le permite hacer todo aquello que se le antoje oportuno independientemente de las consecuencias legales y morales que pudiera conllevar.
El objeto elegido por Jill en la barraca, una linterna. Algo eminentemente práctico señala Abe y que no sospechamos hasta qué punto arrojará luz en la lección más importante de la vida de la estudiante.