La autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada, son más de cuatrocientas páginas en las que el personaje, forjado a lo largo de sus 84 años, se sincera consigo mismo. Ahí radica lo estimulante de su relato, la sencillez con la que se aproxima a los acontecimientos de su vida, por muy lejanos que algunos sean.
Como él, yo también soy sagitario y, a los que me conocen, les sorprenderá esta afirmación porque realmente no sé muy bien qué significa. Algo así señala también el protagonista del libro en una parte del mismo. Es una coincidencia, ¿pero de qué más podemos hablar? Especialmente cuando, buscando información sobre los nacidos en diciembre, constatas que somos grandes estudiosos y también fantásticos deportistas, buenos amantes y muy alegres, optimistas, honestos, sinceros, abiertos a nuevas experiencias y al constante aprendizaje. Tras mucho indagar, he encontrado algún pero, somos muy exigentes con nosotros mismos y, por ello, también con los demás. En fin, es lo que tiene que tu padre sea de los de celebrar la entrada de la primavera con todo tipo de rituales hacia tu madre, la cual no resultó ser una vestal. Supongo que el resto de signos zodiacales se habrán quedado con las cualidades más nefastas. Es difícil jugar al póker con una mala mano, pero hay que intentarlo.
La ironía de la vida rezuma por los poros de cada página de este testimonio de más de un siglo. Allen empieza hablando de la vida de sus abuelos para terminar manifestando la debilidad que siente por sus hijas.
Devorarlo, resulta inevitable al abrir la primera página de este compendio de una vida que se ha vivido con una sensibilidad propia de un sagitario (al menos de los que describen los horóscopos).
Como es habitual, aquí también niega en repetidas ocasiones ser un genio. Escribe que solamente se dedica a hacer lo que le gusta y disfrutar con ello en la medida de lo posible. Ese ha sido su leitmotiv vital. Pero, precisamente, eso es lo que hacen los genios. Lo único que no está en su mano es decidir si lo son. De ello se encargará la propia sociedad y la posteridad. Dos cosas de las que huye al reconocerse misántropo e importarle poco si pervive en el imaginario colectivo.
Las páginas pasan tan deprisa que sientes cómo te sumerges en una nueva película compuesta por los fragmentos de las imágenes de toda su obra ¿O podríamos decir de toda su vida?
La construcción del personaje y el hombre van de la mano. Woody Allen es una persona de carne y hueso, pero ¿y eso, qué más da?
Se conoce tanto de su vida, que cuando viajamos a Nueva York, sabemos dónde encontrarlo. Guiado por el siguiente razonamiento, yo nunca lo he hecho. Y sé que puede resultar tentador, para los que le idolatran, acercarse a él e intentar hablarle. Pero realmente eso no importa. Cuando uno admira lo que otro hace, es mejor no decepcionarse con la realidad. No me interesa la vida de Woody Allen, a él tampoco la mía. Aunque la diferencia importante entre ambas posturas es que a mí me fascina cómo la muestra y él ni sabe que existo. He aquí una de las razones de la misantropía reconocida. Pero hay muchas más.
Muchos habrán comprado sus memorias movidos por el morbo. Una lástima, no les devolverán el dinero. El propio Allen reconoce hablar más de lo que le hubiera gustado sobre el clan Farrow, pero lo hace de una forma tan sutil y siempre tan vinculado a la devoción que siente por su actual mujer, que nada consigue que naufrague hacia un abismo de odio. Más bien todo lo contrario.
Decepción, eso sí que está presente especialmente en la parte final del texto. Los que alguna vez nos hemos visto sometidos con crueldad al escarnio público sabemos lo que significa sentirnos decepcionados, especialmente cuando los ataques con más saña provienen de personas cercanas.
No soy capaz de imaginar la presión social y mediática a la que Woody Allen y Soon-Yi se han enfrentando durante casi treinta años, pero si a un mindundi como yo le ha pasado a una escala infinitamente menor y resultó ser muy decepcionante, ¿qué habrá supuesto para uno de los iconos de la cultura contemporánea?
Yo lo podría resumir en dos anécdotas vitales. La primera fue hace tiempo, cuando trabajaba de repartidor de material eléctrico con una pequeña furgoneta para costearme los estudios universitarios y llevar algo de dinero a una casa donde los problemas económicos estaban invitados a comer todos los días. Bien, pues uno de esos días en lo que todo parece ir genial en el trabajo, tienes poco reparto, así que no tienes que jugarte la vida en cada esquina simulando ser Fernando Alonso, puedes acabar pronto de trabajar y volver temprano a la tienda para dejar la furgoneta acaba torciéndose cuando, de repente, se alinean los astros y te cruzas con Terminator, jubilado, pero Terminator. La situación es la siguiente, estoy pasando muy despacio por un semáforo que empieza a parpadear justo cuando, por la lentitud de mi marcha, acaba poniéndose en rojo. Terminator, que considera eso la mayor injusticia que haya contemplado jamás (o eso pensaba yo que era un pardillo y caí en su trampa), decide golpear la furgoneta varias veces y de forma estentórea. Yo, que voy con mucha precaución y mirando por el retrovisor al ver que el supuesto anciano se aproximaba demasiado al vehículo, descubro reflejado en el espejo ese pequeño acto de vandalismo. Recuerdo que la furgoneta era de la empresa y mi jefe tenía la costumbre de hacernos pagar los desperfectos ocasionados en tiempo de trabajo. Pero la anécdota que quiero usar no era con respecto a mi antiguo jefe, aunque tengo más de una que podría servir. Tiene que ver con Terminator, el auténtico y genuino. Schwarzenegger, al fin y al cabo es un blando y acaba ayudando a los inocentes, el protagonista de mi historia ya estará controlando el cotarro en el infierno. En fin, retomando la historia que os contaba, mi sorpresa fue que al bajar para comprobar si había algún desperfecto en la chapa al que tuviera que hacer frente con mi escueta economía, me encuentro a un furibundo haciéndome gestos amenazantes acompañados de insultos propios de un hooligan profesional. Yo, un atlético joven de 20 años pero más inocente que un mendrugo, le contesto también con un par de rebuznos, me vuelvo a subir a la furgoneta y me marcho a la velocidad propia de otros días que en inicio parecían menos apacibles. Lo mejor está por llegar. Al entrar en la tienda de electricidad, la noticia. Ha llamado la policía diciendo que la furgoneta matrícula "x" ha sido denunciada por atropello. Y en nada me vi rodeado de abogados de la compañía de seguros diciéndome que Terminator había tenido la mala suerte de ser atropellado 9 veces anteriormente. Ingenuo de mí, pensé, perfecto. Nadie puede tener tanta mala suerte y el juez nunca creerá que yo había tenido el privilegio de redondear la cifra a 10. Ese día recibí una gran lección de cómo funciona la sociedad, hasta ese momento entendía como funcionaba la vida, pero son cosas muy distintas. Él tenía un papel del hospital diciendo que ese día le habían atropellado y que, como consecuencia, le dolían las cervicales (lesión que no puede mostrarse médicamente de ninguna manera y solamente es fiable a través de los dolores que dice padecer el paciente). Por otra parte, los abogados de mi compañía sabían que Terminator iba a llevar testigos falsos y que, por lo tanto, o encontraba alguien que respaldara mi versión o no habría nada que hacer. Ya os podéis imaginar el desenlace. El seguro de la furgoneta acabó llegando a un sustancial acuerdo económico para Terminator y a mí tardaron poco en enseñarme que, sin trabajo, la vida y la sociedad vuelven a ser lo mismo.
Allen ha experimentado en repetidas ocasiones situaciones de este tipo que te hacen sentir hasta dónde llega nuestra vulnerabilidad como personas. En su libro cuenta una historia graciosa sobre una mujer que le acusaba de ser su marido fugado pero con otro nombre. No obstante, eso lo dejo para que os deleitéis con el texto original.
Por muy mezquino que os parezca lo acontecido en mi primera anécdota, no deja de ser un asunto legal al que no te ves expuesto socialmente. Pero mi segunda historia os acercará a la misantropía alleniana de una forma inevitable. Aunque, insisto, estando a años luz de lo que Woody Allen y Soon-Yi habrán tenido que soportar.
El morbo, es el panel de control de nuestra mediatizada vida. Hoy en día los titulares no resumen la idea principal del texto para que el lector sepa si le interesa. Son anzuelos para que se interese y entre en el enlace aumentando la cantidad que engordará las estadísticas. ¿Y cuál es el cebo que se utiliza para ello? El morbo.
Ir contra la moral establecida, tiene sus consecuencias y, en mi caso, el sentimiento de culpa que debía surgir al enamorarme de una mujer 16 años más joven que yo se había ido a comprar tabaco y todavía no ha vuelto (sigo esperando). Efectivamente, soy de los que cree que la edad no importa cuando buscas a alguien con quien pasar felizmente una parte de tu vida. Esto supuso un problema añadido a la otra alteración moral, años atrás ella había sido mi alumna. En realidad en aquella época apenas intercambiamos una o dos conversaciones meramente profesionales, pero ¿y qué más da? Los elementos perfectos para una historia morbosa ya estaban sobre la mesa y solamente había que mezclarlos convenientemente para producir un nuevo entretenimiento social con el que animar las aburridas vidas de los demás. Imaginad la dificultad a la que nos tuvimos que enfrentar en un principio, pero como dice Woody Allen en sus memorias, eso seguramente nos unió más y, desde luego, nos hizo más fuertes. Nos queríamos y lo demás nos daba igual y, aunque hoy en día nuestras vidas han seguido caminos separados, lo que aprendimos el uno del otro nos definirá como personas durante el resto de nuestras vidas. Hoy mismo le he recomendado que lea este libro ya que estoy seguro que lo disfrutará. En A propósito de nada puedes leer que "es como estar jugando al póker con una escalera real en la mano. Te mueres de ganas de que todos hagan sus apuestas y de que muestren las cartas".
Sin embargo, ya os he contado como es el ser humano y lo que le cuesta dejar de ver las machas en la chaqueta del camarero que está sirviendo. Woody Allen, en su vuelta a la palestra a partir del mal aprovechamiento que algunos hicieron del #Metoo, destaca que hubo ciertas personas que le apoyaron a pesar de arriesgar su imagen y otras que no lo hicieron por miedo a lo mismo. Pero la parte que me parece relevante en todo esto es aquellos que hicieron algo que en la sociedad de hoy cuesta encontrar. Es el caso de Elle Fanning que, cuando se vio presionada por la prensa para posicionarse contra Allen, respondió que "ni siquiera había nacido cuando se formuló aquella acusación y que no tenía ninguna opinión al respecto". ¿Tanto cuesta decir que no sé sobre ello y que por lo tanto no puedo opinar? Yo no sé si Allen es inocente o culpable, sólo sé que hace casi treinta años un juez estimó que no había indicios suficientes como para declararlo culpable basado en los informes del Child Sexual Abuse Clinic del Yale-New Haven Hospital que determinaron que las acusaciones eran inconsistentes y estaban creadas probablemente bajo presión de la madre. Puedo pensar que los informes del hospital o la sentencia del juez son erróneas, pero los datos que tengo para posicionarme son esos.
Los que sabemos de manchas esperamos que con el tiempo vuelvan a salir. Cada cierto tiempo hay que estar preparado para que las nuevas, además, sean mayores y vengan de cualquier lugar inesperado. La última que he detectado viene salpicada por un compañero que, apoyándose en su propia mediocridad, ha decidido inventar directamente una nueva historia todavía más morbosa en tiempos en los que la verdad no importa. La decepción, como dice Woody Allen, viene especialmente por parte de los que, cercanos a ti, escuchan la mentira y contribuyen a propagarla.
Leed A propósito de nada, como cualquier obra de Woody Allen, os servirá para abrir la mente ya que, en realidad, ninguno podemos ser sagitario de nacimiento.