martes, 31 de marzo de 2020

El vértigo de nuestra época

El fin de semana nos hemos reunido unos amigos de forma telemática para pasar un buen rato. Nada fuera de lo normal estos días. Sin embargo, que la filosofía fuese la piedra angular sobre la que apoyar nuestra excusa para escucharnos, llama algo más la atención. La pregunta es: ¿por qué? 
Si nuestra especie siempre se ha caracterizado por preguntarse por lo trascendente, ¿por qué debería sorprendernos un encuentro de estas características ante el vértigo que genera nuestra época?

Hace trece años publiqué un texto que comencé con una cita de El hombre unidimensional de Marcuse y que hoy viene bien recordar:


Dejamos de interesarnos por el mundo buscando refugio en la virtualidad, escribía en el 2007. Hoy, lo reafirmo. Pero lo hago a sabiendas de la oportunidad que brinda la pandemia que nos asedia. Toda amenaza a superar, nos permite hacerlo para mejorar, aunque no es la única posibilidad. Así que, cuando el desafio afecta a toda la humanidad, la posibilidad de progresar (o no) también es global. 

Nuestro encuentro filosófico comenzó con un brindis con vino celebrando el privilegio de lo cotidiano. Este acto dionisíaco al más puro estilo de Nietzsche, parecía un preludio de las sospechas que este autor auguraba. El nihilismo, que con él llamaba a afirmar la vida de manera plena, ahora, desde la perspectiva neoliberal de la sociedad del bienestar, ha vuelto a enmascarar la auténtica vida. Hemos tomado por real lo que no lo era y cuando la vida, desde la tragedia, hace acto de presencia, nos parece irreal que no podamos controlarla. 

No obstante, aunque el ser humano que estaba por llegar para el autor alemán, todavía lo estamos esperando, hay una nueva ocasión para constituir, desde la voluntad de poder, un espacio para la inocencia del superhombre (Übermensch) que Nietzsche atisbaba. Un punto de partida donde no haya lugar para el arrepentimiento, donde se entienda que avanzar solamente es posible desde el error. Porque afrontar el dolor nos lleva a aprehender la vida, a embriagarse de ella, a vivirla.

La inmediatez de nuestras experiencias más cotidianas es tomada como real sin preguntarnos por la auténtica puesta en escena de lo que estamos viviendo como tal. Únicamente nos preguntamos por nuestra existencia cuando lo acontecido escapa a nuestro control y evidencia nuestros límites. Las nuevas deidades económicas y tecnológicas que, como Apolo, pretendían encubrir la verdadera realidad, vuelven a fracasar en el intento de encumbrarnos con un halo de inmortalidad. 

Nuestro egoismo narcisista que nos ha llevado de nuevo a pender de un hilo, hoy se ve reflejado ante el espejo de la realidad más trágica para obligarse a pensar en la salvación del otro como en la de uno mismo o, por contra, a sumirse en el vacío existencial del sálvese quien pueda.