Pensamientos, emociones,
recuerdos… El patrón de conducta que establecemos a lo largo de nuestro
desarrollo individual nos convierte en actores sociales en función de nuestro
entorno.
La última película de Disney-Pixar
explica de forma muy pedagógica en qué consiste ese proceso de construcción
personal que hace que seamos individuos exclusivos, únicos y lo suficientemente
distintos de los demás como para poder diferenciarnos en esta gran obra de
teatro de la que todos formamos parte mediante la socialización.
Desde que nacemos, no paramos de
descubrir cosas que nos ubican en un
lugar representativo. Es decir, vamos descubriendo el rol que queremos y/o
vamos a desempeñar y lo asumimos en función de nuestras necesidades y de la
aceptación social. Efectivamente, necesitamos sentirnos aceptados. Esto no
significa que lo exigido por cada uno de nosotros deba tener el
mismo carácter social. Pero es innegable, que el proceso de construcción
personal tiene como necesidad sentir que el rol que desempeñamos es aceptado
por los demás. No en vano, nuestra personalidad se construye en la
confrontación con el otro. De manera que el otro es parte de mi y viceversa. La
identidad es el reflejo construido desde la interacción con los demás.
El bebé, como animal recién
llegado al mundo, empieza a relacionar sus conductas con el efecto que estas
producen y así, en su desarrollo a lo largo de la infancia y la juventud,
experimenta cómo las elecciones que va tomando en su día a día tienen
consecuencias más o menos agradables para él. Aprende a pensar antes de actuar,
descubre que puede adelantarse a las consecuencias de sus actos y empieza a
sentir qué es libertad y responsabilidad.
El niño ha aprendido a actuar
socialmente, a cumplir un rol en función del contexto. En mis clases suelo
utilizar un ejemplo para explicar esto de manera muy sencilla. Yo he decidido
desempeñar el papel de “Profesor de Filosofía” y, además, todos los factores
que han interactuado en mi vida hasta este momento han hecho posible, junto a
mi voluntad, que esto sea así. Pero también doy clases de arte, me gusta el
deporte, desapruebo tradiciones como los toros, me cabrean las injusticias, me
dan asco las cucarachas, tengo miedo a la traición, vivo en un ático, me gusta
el buen vino tinto, vivo en el número 3, etc. En mi comunicación verbal y no
verbal estoy constantemente lanzando señales que hablan de todo ello y mucho
más al resto de personas que interactúan conmigo. Pero es muy importante
adecuarse al contexto para saber el papel que uno desempeña y donde y cuando lo
hace. Me explico, si el primer día que me mudé al 3 de esa fabulosa calle
zaragozana, voy a comprar el pan y el panadero me pregunta quién soy, debería
decir que soy un nuevo vecino del barrio. Puesto que cualquiera de las otras
respuestas seguramente generarían una imagen distorsionada ante esta cuestión.
Por ejemplo, imaginemos que le respondo que soy el profesor de filosofía, no
estaría mintiendo sobre mi persona pero dicha respuesta haría que el panadero
se creara una imagen distorsionada de lo que yo pretendo representar. Por
cierto, he dicho el panadero, pero también podría haber dicho el campeón de
culturismo de Aragón, aunque el contexto no acompañaba, claro. Sería igual de
curioso que si por los pasillos de la Facultad de Filosofía un alumno me
preguntara quién soy y yo le respondiera que el nuevo vecino del barrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario